Algunos neurocientíficos denuncian que el campo de la investigación neurológica resulta cada vez más lucrativo y que la comunidad científica parece estar dispuesta a hipotecar el futuro de la ciencia vendiendo proyectos y promesas a políticos.

“Mi preocupación es que nosotros, en la comunidad científica, estamos demasiado dispuestos a hipotecar el futuro de la ciencia mediante la venta de grandes proyectos y promesas a políticos empleando un lenguaje que sabemos que les atrae,” señaló el doctor Jim Woodgett, del Instituto de Investigación Samuel Lunenfeld de Toronto.

“Ahora se lleva lo de hacer promesas osadas, mientras la investigación parece estar quedando de lado”, agregó Woodgett en declaraciones al periódico estudiantil de la universidad canadiense de Toronto, ‘The Varsity’. El pasado mes de marzo, el Gobierno de Ontario anunció que invertirá 100 millones de dólares en la investigación del cerebro durante los próximos cinco años.

Una inversión en investigación que sigue iniciativas recientes como la del Gobierno de Obama, que destinará 3.000 millones a un proyecto a gran escala denominado el Mapa de la Actividad Cerebral, y como el Proyecto Cerebro Humano, una propuesta europea para crear una simulación por computadora de la materia gris del cerebro humano, con un coste que alcanza los 1.300 millones de dólares. Es una especie de “carrera armamentista de la neurociencia”, señala el diario estudiantil.

“Los centros de investigación de todo el mundo están tratando de descubrir los secretos de nuestro órgano más complejo en lo que actualmente se considera la ‘segunda década del cerebro’” (la primera, impulsada por la administración Bush, fue entre 1990 y 1999), indica la publicación. Sin embargo, algunos neurocientíficos, se muestran escépticos con estas multimillonarias inversiones en la investigación del cerebro.

Sostienen que el progreso científico se ve favorecido por la diversidad y la libertad de descubrimiento, y no canalizando fondos y esfuerzos en una sola dirección. Otros afirman que estos proyectos acaban desviando recursos que podrían destinarse al estudio de determinadas enfermedades. Además, la publicación cuestiona la naturaleza de estos proyectos internacionales, dado que gran parte de ella se basa en información teórica y posiblemente incompleta. Las autoridades no deberían precipitarse a la hora de otorgar fondos para investigar el cerebro, concluye Woodgett.

 

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